martes, 12 de abril de 2016

Enrique Symns



Conozco el dolor desde niño
cuando bajaba corriendo afiebrado
hacia la costa de las aventuras
y me encontraba siempre con esa cárcel de rutinas en que consiste la vida.


Porque estamos aquí
en donde todo es dolor
y todo nos resulta gratis
porque el sol se quema todos los días
como un bonzo que se suicida por tristeza;
en donde las sonrisas terminan siempre en puñaladas
y en donde el primer pez
cuando tuvo hambre
se convirtió en asesino.

El dolor de estar aquí
donde los pájaros aprenden
a leer y escribir
la leyes
que prohíben volar.



Esos viejos flacos y orgullosos en el supermercado, arrastrando un carrito vacío con los ojos bajos y en silencio. Porque ellos creen que el silencio es de bravos. Esos viejos muertos de hambre, que trabajaron toda la vida y no se roban ni una uva. Esos viejos que se cruzan con un muchacho rubio de pelo largo que no los ve, porque va pensando en el futuro. Porque éste es un mundo de jóvenes que olvidan su origen y de viejos que no recuerdan el destino.Pero si las moscas usaran corbata, si las balas cantaran blues, si el cielo sacudiera su viejo culo azul y las ventanas católicas de los edificios explotaran; igual... Igual habría un anciano babeando fantasías sobre las piernas de una muchacha. Igual habría todos esos tipos con caras de clavo sonriendo por las calles del mundo.

(En una tribu de monos, en una fiesta de esclavos, en una calle de zombies, yo no soy un hombre, soy un virus en tu mente.)

Un hombre solo en un cuarto regando una planta. Sufriendo porque nadie le habla o nadie lo toca y sólo le cabe recordar. O las camareras de los bares nocturnos de polleras cortas que van naufragando entre las brumas del deseo. O las conversaciones de mis amigos que antes soñaban ser héroes y ahora cobran un sueldo. 

Están inyectando la jeringa del miedo en las venas del mundo.

(Yo no siento ni pienso, yo no amo ni odio, yo no vivo ni muero, no juegues conmigo, soy un virus en tu mente.)

Yo tenía veinte años y siempre estaba borracho en una pieza mugrienta. Viendo reflejar mi rostro sobre las paredes del mundo. Ahora tengo casi sesenta...y nunca lo vi... 

Nunca vi a un hombre encendido y llameante, 
un hombre que cuando levantara la mano para encender un cigarrillo yo viera en sus ojos los ojos de un tigre 
acechando en el viento el paso del tiempo, para matarlo. 
Siempre vi los ojos del miedo...
Siempre vi los ojos tristes de la nostalgia...

(En una tribu de monos, en una fiesta de esclavos, en una calle de zombies, yo no soy un hombre, soy un virus en tu mente.)



Enrique Symns

domingo, 10 de abril de 2016



Pinto el equilibrio de los días

en el cielo sostenido

por dos manos de aquarella inquietas

La luz fluorece entre astros imantados

sobre el negro vacío, completamente lleno


he visto ese vacío hacerse noche en el sol de la alegría inquebrantable

un silencio lleno de humos y esperas

he visto muertos jugar a los magos y sonreír

cientos de quebradas aves volando blancas y ciegas

niños de la calle brillando como estrellas en la corrupción inmensa

saldrías ahora en busca de lo único realmente necesario?

qué es este mundo cobarde sino amor y penas?

todo lo verde te canta y te espera

hay un fulgor en el fondo sin fondo

detrás de los mareos del hambre

y de la trama aparentemente infranqueable del egoísmo humano

todo santo

santo todo






ya no busco un donde llegar


sé que este lado de la orilla toca al otro incesantemente