El atardecer llevó nuestras canciones a descansar junto a los ciervos
me hubiese gustado llenar sus orillas, darles de beber el polvo.
En pleno día una pandemia de hadas los atacó
paseándose por la costa del sol y peces
de su sangre, jugo celeste
huesos por doquier y frío sequísimo a la luz.
Al caer la noche los pequeños dioses gatunos
agazapados en los bordes del cántaro de los sueños
aguardan para lanzarse
-la intemperie verdusca, húmeda y oscura-
también la luna mira atenta su interior.
Mientras tanto el agua sigue cayendo
y las canciones hamacando el silencio
el aire sana y vuelve a su reino
los dioses acunados en el tiempo
hacen brotar las campanas con la levedad de la llovizna
caen lento y cantan
y vuelven a flotar
en un despuésdelorgasmo sin fin.
Quiero tu vida,
no sé por qué.
La escucharía hasta que el sol se apague,
la vería irse y llegar como a las olas.
Nunca nada sobrevive a la noche
todo se ahoga en su irresistible agua y ahí muere
es por eso que el amanecer tiene siempre ese aire lozano.